En un conflicto social, sectores de la sociedad perciben que sus intereses, objetivos, valores, creencias o necesidades son opuestos, generándose un escenario potencialmente violento. En este contexto, el diálogo es una herramienta necesaria para poder llegar a una solución que satisfaga a las partes involucradas.

La complejidad de un conflicto está determinada por el número de actores que intervienen, la diversidad cultural, económica, social y política y, es a través de un proceso de diálogo, que las partes involucradas se informan, debaten, opinan y negocian para llegar a acuerdos de manera colaborativa.

A fines de 2017, según la Defensoría del Pueblo, en el territorio peruano existen 171 conflictos sociales, de los cuales 118 están activos y 53 latentes. Sin embargo, durante los últimos años en el Perú, solo el 48% de los conflictos sociales ha sido tratado por medio de mecanismos de diálogo. Algunos de ellos han sido improvisados, largos y poco eficaces, en muy pocos se tuvo éxito y las partes en conflicto lograron llegar a acuerdos.

Sucede que el proceso de diálogo no implica solamente que las partes en conflicto se sienten a conversar, sino que precisa que la auto-reflexión y el espíritu de indagación estén presentes en los participantes. Además, éstos deben estar dispuestos a mostrar empatía y disposición para el cambio, a fin de abordar las causas fundamentales de una crisis y no sólo los síntomas que se asoman a la superficie, y así, lograr soluciones sostenibles.

El proceso de diálogo debe ser incluyente, ningún representante de las partes debe quedar fuera, y requiere que se den las condiciones básicas de confianza entre los involucrados, aclarando malentendidos y prejuicios, porque si la violencia, el odio y la desconfianza son más fuertes que la voluntad de llegar a un consenso, no se debe iniciar el proceso.

Es por eso que los conflictos sociales son un verdadero desafío para las habilidades personales de los involucrados, pues deben ser capaces de organizar el espacio, identificar los puntos de controversia y mantener una indispensable actitud constructiva y de confianza, siendo conscientes de las diferencias culturales, étnicas, religiosas o lingüísticas.

Los participantes deben saber manejar las expectativas de todos y asegurarse que los objetivos queden planteados desde el inicio del proceso. Deben dejar claro que el diálogo es un medio para alcanzar la meta y evitar que se abandonen las conversaciones. También deben prever cómo

acontecimientos externos, por ejemplo elecciones, cambios en la opinión pública, entre otros, podrían afectar, demorar o frustrar el proceso.

La población afectada por el conflicto debe ser informada sobre los resultados positivos del diálogo y sobre los asuntos en debate que afectan a sus comunidades, mediante campañas de concientización pública a través de medios de comunicación. Invitar a observadores externos, como miembros de la prensa y de organizaciones sociales, ayuda a generar confianza y a crear un sentimiento de transparencia en la sociedad.

Queda claro que el diálogo es una herramienta flexible y adaptable a diferentes contextos y países, cuyo propósito no es alcanzar un acuerdo concreto, sino más bien, tender puentes entre la sociedad civil, las empresas privadas y los gobiernos.

Un proceso de diálogo resulta hoy imprescindible a la hora de abordar un conflicto social, sin importar la etapa en la que se encuentre, ya que permite aliviar tensiones, desarrollar reformas sociales y preparar un plan económico de emergencia. El diálogo puede ayudar a evitar niveles de violencia y a hacer frente a asuntos ambientales. Todos los esfuerzos deben estar orientados a transitar por el sendero del diálogo, renunciando a la violencia y a la intolerancia.

Por: Víctor Mendoza Pérez